miércoles, 22 de agosto de 2018

Laureano Oubiña en LQTD

Como muchos habréis visto en mis redes sociales, el narcotraficante Laureano Oubiña será el protagonista del próximo episodio de mi podcast Lo que tú digas. Una ocasión inmejorable para conocer de verdad, en las distancias cortas, a alguien que ha hecho correr ríos de tinta y en quien está basado uno de los personajes más carismáticos de la serie Fariña.


Una conversación de cerca de dos horas a tumba abierta con un hombre que llegó a contar en sus arcas con miles de millones de pesetas (decenas de millones de euros) fruto del contrabando. Y tú vas a poder sentarte a la mesa con él y conmigo durante esos 120 minutos y formarte tu propia opinión sobre un personaje que tiene un capítulo a su nombre en la historia negra de nuestro país. Créeme, te va a sorprender lo que vas a escuchar.

El preestreno del episodio, sólo para suscriptores premium, será este domingo 26 de agosto a las 12:00. El martes, a la misma hora, estará disponible en todas las plataformas.


¿QUIERES ESCUCHARLO EN SU PREESTRENO?

Si quieres formar parte del grupo de privilegiados que disfruten de este episodio histórico este mismo domingo 26 de agosto, conviértete en suscriptor premium de LQTD en la plataforma iVoox. A partir de las 12:00, podrás escucharlo cuando te apetezca y las veces que quieras.

Puedes hacerlo aquí desde 1,49 euros (lo que viene siendo invitarme a un café) hasta un máximo de 39,99 euros para los que son fans acérrimos de este podcast y quieren premiar mi trabajo y colaborar para que el programa continúe su andadura. Sólo tienes que clicar en el botón "APOYAR" aquí:




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SI PREFIERES ESPERAR...

Si no quieres colaborar y no te importa que otros hayan escuchado y reescuchado el episodio antes que tú, puedes esperar al martes 28 de agosto, cuando la charla con el narcotraficante cambadés estará disponible de forma gratuita en casi todas las plataformas de podcasting: iVoox, iTunes, Podcast Addict, TuneIn...

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domingo, 22 de abril de 2018

Avicii y la trampa del éxito


No os voy a engañar, no puedo decir que fuese un fan de Avicii. Es decir, me encantaba su música, pero no lo habría reconocido si me lo hubiese cruzado por la calle.

La pérdida de Tim Bergling, como se llamaba realmente este músico de 28 años, escuece especialmente porque sus canciones eran una banda sonora para buenos momentos. Si alguien ha bailado Levels, Hey brother o Wake me up, apuesto sin temor a equivocarme que lo habrá hecho rodeado de amigos y divirtiéndose. Por eso no es tan descabellado entender que alguien vea a Avicii como cómplice de algún verano genial o de una noche inolvidable y que, por ende, sienta que ha perdido a un amigo.

Hace unas semanas me topé con su documental en Netflix pero tras meditarlo un rato me dije que, quizá, lo vería más adelante. Y así lo hice. El mismo día en el que saltó la noticia de su muerte, me puse a ello (e imagino que como yo, miles de usuarios). Contra todo pronóstico, digerirlo fue mucho más complicado de lo que uno podría figurarse. Me esperaba algo ligero, me esperaba que simplemente relatase el vertiginoso ascenso a la fama de un veinteañero sueco que en tres años llegó a convertirse en el tercer DJ mejor pagado del mundo. Jamás habría imaginado que me encontraría con algo tan revelador y tan profundo. En Avicii, true stories, que es como se titula el documental, la carrera musical del sueco es lo de menos. Es un viaje angustioso a los sótanos del éxito y no puedo evitar pensar que, muy probablemente, a las causas de su trágico final.


Es importante señalar que Tim era un músico genial, aunque se le conozca como DJ. De hecho, de DJ tenía más bien poco, ya que lo que hacía en sus actuaciones era reproducir su música con un ordenador y una memoria USB. Destaco esto porque creo que tanto para crear música (buena) como para pincharla (bien) se ha de tener talento, pero hablamos de dos talentos completamente diferentes y que seguramente tengan unos efectos secundarios diferentes. Avicii era sensible, introvertido, ansioso. Nada que ver con esos grandes relaciones públicas sonrientes y expresivos que nos imaginamos al hablar de un disc-jockey. Era un artista brillante cuya creatividad equiparaban a la de Michael Jackson y ante quien se rendían reputados músicos como Chris Martin, de Coldplay.

Como se puede ver en Avicii, true stories, Tim Bergling tenía problemas severos de ansiedad. Cuesta saber si por su inhumana agenda de actuaciones y viajes, o precisamente por ese talento y esa creatividad que en ocasiones parecía que se le iba de las manos (se olvidaba de comer mientras componía y apenas dormía). Yo estoy convencido de que una de las opciones fue mechero y la otra gasolina. Imagino que consciente de que algo estaba pasando en su cabeza, en su poquísimo tiempo libre Avicii leía al legendario psicólogo y psiquiatra suizo Carl Jung, cuyos textos encontraba fascinantes.

Tras ver el documental del cineasta Levan Tsikurishvii sobre el músico, hay algo fuera de toda duda: estaba rodeado de la gente equivocada. Avicii era un chico apocado y terriblemente frágil, interiormente y exteriormente, y sus enfados parecían más propios de un crío quejumbroso que de un hombre colérico. La fama y la fortuna parecían algo extraño que le había caído en las manos y con lo que no sabía muy bien qué hacer. Y de esa forma de ser, de esa ingenuidad de un chico tan sobrado de talento como falto de carácter, se aprovechaban todos los que le rodeaban. De esa fama y de esa fortuna. Es terrible verle en el documental completamente sobrepasado por la ansiedad, queriendo retirarse por el bien de su salud (sufría un indecible dolor fruto de una pancreatitis aguda), al borde de las lágrimas antes de cada actuación, mientras sus "amigos" y su manager (un elemento de cuidao) lo presionan para que continúe. No es difícil imaginar cuántos de estos casos habrá habido. Quién sabe cuantos músicos, actores y escritores que decidieron poner fin a sus vidas, pasaron antes por un infierno semejante y tuvieron que lidiar con conocidos y familiares que no querían perder a su gallina de los huevos de oro. Poneos en su piel... ¿Acaso no es como estar en una cárcel o en un campo de concentración?

No digo con esto que Avicii se haya quitado la vida, no tengo ni idea y de hecho todo parece indicar que no fue así (hay numerosas fotos momentos antes de su muerte en las que se le ve relajado y feliz posando con fans). Pero estoy seguro de que haya sido cual haya sido la causa de su muerte, este infierno personal del que he hablado ha tenido algo que ver.

En 2016 se retiró, al fin, del ojo público. Dejó los shows, y desde aquel momento llevó una vida completamente diferente a la que caracterizó su etapa como rey de la radiofórmula: se dedicó a recorrer Latinoamérica equipado únicamente con una mochila, hospedándose en albergues, tratando de encontrar a Tim Bergling y de perder de vista a Avicii al menos durante un tiempo.


Es curioso, y seguramente esto se haya repetido hasta la saciedad, pero no deja de llamarme la atención la letra de uno de sus temas más famosos: Wake me up.

Despiértame cuando todo esto haya acabado,
cuando sea más viejo y más sabio
todo este tiempo estaba buscándome a mí mismo
y no sabía que me había perdido
He intentado cargar con el peso del mundo
pero sólo tengo dos manos
espero tener la oportunidad de recorrer el mundo
pero no tengo planes
Ojalá pudiese permanecer así de joven siempre
sin miedo a cerrar los ojos
la vida es un juego hecho para todos
y el amor es el premio
Así que despiértame cuando todo haya terminado.


¿Acaso no os transmite su ansiedad y sus ganas de escapar?

Actualización: Días después de la publicación de esta entrada, un comunicado emitido por la familia parece evidenciar que, en efecto, Tim Bergling se quitó la vida.




jueves, 8 de marzo de 2018

Día de la Mujer


Me gustaría celebrar el Día Internacional de la Mujer dedicando un post a una a la que admiro y que en nuestro país no goza de mucho predicamento (aún). Quizá tenga el honor de presentárosla a alguno o alguna de los que andáis por estos lares. 

Es una luchadora, en sentido literal y figurado. Ha alcanzado el éxito en un mundo antaño acotado a los hombres, y en el que la mayoría de seguidores son hombres. Se llama Rose Namajunas, aunque su apodo es Thug Rose porque, si bien parece tremendamente frágil, es dura y fría compitiendo. Es la campeona de peso mínimo o peso paja de la UFC

Hace cuatro años era la perfecta chica de portada: melena rubia de anuncio de champú, cuerpo de bailarina y unos ojos azules y felinos por los que matarían muchas actrices de Hollywood. En cuanto pudo, se deshizo de aquella imagen que demandaba el negocio de la lucha femenina en EEUU para adoptar el aspecto con el que ella se siente cómoda: su ya icónica cabeza rapada y un gesto adusto que la hacen parecer más un adolescente rebelde que la cheerleader de sus primeros años en el deporte. En su mochila Rose lleva un pasado más que difícil: víctima de abusos sexuales muy joven y un padre esquizofrénico del que tuvo que escapar al volverse un peligro para la familia. 

En noviembre del año pasado, Rose se enfrentó a la entonces invicta y campeona de la división Joanna Jedrzejczyk, quien se dedicó a hacerle la vida imposible y tratar de humillarla los días previos al combate. Namajunas se mantuvo fría e indiferente, jamás respondió a las provocaciones (véase la foto). Bueno, sí respondió. En el octágono. Contra todo pronóstico, en el primer round tumbó por KO a la hoy ya ex campeona Joanna. En un memorable speech post-victoria, a diferencia de los discursos agresivos y egocéntricos habituales en las victorias de la UFC, Rose dijo que ganar el cinturón no era importante, lo único que quiere es inspirar a la gente y utilizar su don en las artes marciales mixtas para tratar de hacer del mundo un lugar mejor. "Sé que soy una luchadora pero esto es sólo entretenimiento, nada más. Abracémonos y seamos amables con los que nos rodean." Hablemos ahora, si queréis, de sexo débil... #FelizDíaDeLaMujer



viernes, 20 de octubre de 2017

Turismo


Podría bañarme en el azul de tus ojos.
Deslizarme por tu pelo y seguir haciendo turismo por la geografía de tu piel lívida.
Sentarme a descansar en el mullido colchón rojo de tus labios.
Reptar como una serpiente por tu vientre.
Comer tu cuello como un fruto exótico y prohibido.
Alojarme en el hotel de tu pecho indefinidamente.
Escalar tus curvas, admirar la catedral de tus piernas con un mapa que señalice tus rodillas.
Y terminar acampando a tus pies.
Pagaría todo cuanto tengo, que no es mucho, por la agencia que pudiese ofrecerme este viaje.
Sólo billete de ida, por favor.

Escrito en 2012.